viernes, 18 de septiembre de 2009

Una de cal, una de arena

Veo una bandera grande. La llevan entre dos hombres. Una mujer camina junto a ellos. Detrás, la multitud.

La bandera tiene tu rostro. Más atrás, otro estandarte dice: "Entre todos te estamos buscando".

Todavía me acuerdo, cuando el dedo índice de tu mano acorraló al crápula. Indicándole, al país y al mundo, que tipo de monstruo estaba entre nosotros. Tu valor contagio a los magistrados que lo condenaron a perpetuidad.

Tus manos, las mismas que levantaron tantos ladrillos, abrieron los cimientos de la esperanza. Vos sabés que tu pueblo nunca dejó de cantar: "¡Cómo a los nazis/les va a pasar/adonde vayan/los iremos a buscar!" Y ese día cantó más fuerte.

Pero nunca llegaste a la cita. Tus compañeros, presintieron.

La existencia de la hidra, otra vez, se hizo realidad.

Dicen que en Los Hornos el tiempo se repitió. Aquel, de cuando a mujeres y hombres se los devoraba el río. Un río turbio, marrón, como la conciencia de cada una de las cabezas de la bestia. Hidra de uniforme y charreteras. De beso frío, más frío que el de la muerte.

Tres años pasaron. Tres años sin tu presencia. Tres años, por segunda vez. Tres años de mierda en los que la (in) justicia nos muestra sus dientes de chacal hambriento y asesino. Y mientras tanto, la hidra burlona se regocija en su podredumbre. Intenta mostrarse vencedora.

Pero no es cierto. Esta vieja; decrépita; abandonada. Temerosa de la espada. Sabedora de que algún día un Hércules la hará sucumbir decapitada.

Cómo el día aquel, en que Jorge Julio López al asesino Etchecolatz lo señalara.

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