martes, 19 de enero de 2016

Tiempos violentos


“Y haré en ellos grandes venganzas con reprensiones de ira;
 y sabrán que yo soy Jehová, cuando haga mi venganza en ellos”. 
Ezequiel, capítulo 25 versículo 17.


A poco más de un mes de estancia en la Rosada, el gobierno que encabeza Mauricio Macri dio claras señales hacia donde apunta los cañones: todo su poder de fuego se dirige contra la clase trabajadora argentina. Esa, que con sus manos, produce la riqueza sobre la que descansa su fortuna y la de la “gerente-cracia”, tan global, tan multinacional, que lo acompaña.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que la clase obrera nada debe esperar de este gobierno; es decir, nada que no sea represión. Porque la violencia organizada del Estado (atendido por sus propios dueños) ahogará si es necesario en sangre las justas protestas de los trabajadores asalariados, cooperativistas y desocupados. Y no le temblará la mano, ya que el gobierno empuña el garrote precisamente para romper las cabezas testarudas que insisten en llevarse un mendrugo de pan a sus mesas sin resignarse a vivir en la más absoluta miseria. 
Ni Quentin Tarantino, de habérselo propuesto, podría haberlo imaginado mejor. Bien podríamos organizar un concurso con preguntas tarantinescas para que el pueblo opine, tal como: ¿Quiénes serán “los 8 más odiados” del gabinete en los próximos tres meses?
Y es que la realidad siempre le gana la partida a la ficción.
Primero, a fines de diciembre en la autopista Riccheri -esa que lleva el nombre del milico germanófilo que robó los dientes al cadáver de Manuel Belgrano en 1902- los reprimidos fueron trabajadores de Cresta Roja, a quienes apalearon y corrieron a balazos de goma, gases e incluso con camiones hidrantes cuando aún no habían concluido las negociaciones para destrabar el conflicto.
Luego, a comienzos de enero frente a la Municipalidad de La Plata, toco el turno de la cachiporra a los estatales que fueron cesanteados por decisión del intendente Julio Garro de no renovar unos 4.000 contratos laborales. Los gases y las balas de goma no se hicieron esperar en el histórico centro de la ciudad de las diagonales.
En medio de aquello, 1800 trabajadores de Austral Construcciones y de Kank y Costilla cortaron la ruta 3 en Caleta Olivia y en Río Gallegos ya que fueron conminados por Lázaro Báez a tomarse unas “vacaciones sin goce de sueldo, ni aportes, ni aguinaldo”.
Ahora, se ciernen sobre los lomos de cooperativistas jujeños los bastones policiales que intenta aplacar el malhumor social que reina bajo el sol abrazador de un verano caliente o más caliente que de costumbre; mucho más luego que la justicia jujeña y el gobierno de Gerardo Morales decidieran poner a la sombra a Milagros Sala, dirigente de la organización barrial Tupac Amaru, acusándola de "instigación a cometer delitos" y de “tumulto en la vía pública”.
Por eso, sin ser vidente, uno puede presagiar tiempos violentos ante la chorrera de despidos, públicos y privados, que junto a la inflexible posición de “tolerancia cero” a la protesta social nos dan señales de un 2016 truculento. Donde los desalojos, las detenciones y la criminalización de la protesta social parecen ponerse a la moda. Donde vulgarizadores de las desgracias ajenas repiten a destajo que “hay que poner límites” encaramados en una estúpida soberbia desde la pantalla de la divina TV fhürer. Donde un movimiento sindical juega a las escondidas esperando que algún ligero fondista de tiempos violentos llegue a tocar “piedra libre para todos los cumpas” porque ellos están demasiado gordos como para poder correr, mucho menos la coneja.
Según Enry Giroux, uno de los padres fundadores de la pedagogía crítica estadounidense, Tarantino manifiesta en aquella enblemática película “una amoralidad que legitima la ideología neoconservadora de los años noventa, coherente con lo que Ruth Conniff ha llamado una cultura de la crueldad; es decir, el creciente desprecio de la sociedad norteamericana hacia los pobres, los que están privados de derechos civiles y los desheredados”.  Y agrega: “Pulp Fiction se apropia del crimen y la violencia como una presencia cotidiana que convierte en cine popular pero, con ello, Tarantino produce una política racialmente codificada, culturalmente reaccionaria y una pedagogía que transforma la insensibilidad neoconservadora y el desprecio de las clases más bajas en una representación a la moda de la vanguardia artística".
Cualquier parecido con la realidad, no es pura coincidencia. Porque Macri es como una especie de Quentin Tarantino de la política vernácula. Esperemos que la versión criolla de Kill Bill no llegue a ser tan sangrienta.
Basta ver la foto del vivaracho perro Balcarce sentado en el Sillón de Rivadavia, babeando los papeles y la pluma con las que Macri firma los decretazos de necesidad y urgencia, continuando con esa inquebrantable costumbre de las clases dominantes argentinas de cagarse en la Constitución Nacional y la división de poderes.
Y hasta podemos imaginarnos a Macri rezongando:
-¡Balcarce, bájese de ahí! El Estado soy yo.

Carlos Mariano Poó

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